La
defensa de Francisco Alfonso en el proceso judicial por el supuesto
delito de injurias es encomendada al letrado Juan Petit Alonso.
Juan
Petit Alonso, abogado y periodista, nació en Vitigudino (Salamanca)
pero mantuvo fuertes lazos con Fermoselle (Zamora), de dónde
procedía su familia política.
Como
periodista tuvo una fecunda trayectoria. Fue colaborador, redactor,
corresponsal y director de varios diarios y revistas como El
Progreso, periódico político bisemanal que se editaba en
Salamanca, La Opinión, semanario independiente que se
publicaba en Ciudad Rodrigo, y ya en 1897 dirige La Opinión de
Zamora hasta octubre de 1898 en que tanto la imprenta como el
periódico son adquiridos por Enrique Calamita refundiendo dicho
diario en el Heraldo de Zamora.
En
1899 se le concede autorización para publicar en esta capital un
periódico semanal llamado El
Imparcial Zamorano.
Desde
1893 y hasta 1906 es corresponsal en Zamora del histórico diario
madrileño El Imparcial.
Ese mismo año es nombrado redactor corresponsal en esta provincia
del recién fundado diario madrileño España
Nueva.
En
1911 es nombrado abogado corresponsal de la revista de información
de tribunales el Heraldo
Judicial.
Fue
redactor jefe de Heraldo
de Zamora, dónde dejó
numerosas muestras de su afición taurina bajo la firma del seudónimo
J. Puyitas.
En 1910 le confiere la alternativa de la revista taurina de Heraldo
de Zamora a Francisco
Alfonso, tal y como afirma en la propia crónica de San Pedro de 1910.
Compañero
inseparable de Francisco Alfonso en las excursiones taurinas a
Salamanca, Toro, Benavente o Astorga, donde
Un Cojo sin muleta realizaba
la revista taurina y J.
Puyitas la crónica del
resto de espectáculos y de sociedad.
Se
licencia en derecho por la Facultad de Derecho de la Universidad de
Salamanca en 1885 y antes de abrir su propio despacho de abogados
ejerce como fiscal municipal de Ciudad Rodrigo (1887-1889) y de
Zamora de 1889 hasta 1903 en que es nombrado Magistrado suplente de
la Audiencia Provincial.
El día en la Audiencia.
Con
mayor concurrencia de público que en los días anteriores hoy ha
continuado en la audiencia la vista del proceso seguido contra
nuestros compañeros Francisco Alfonso y Carlos Calamita por el
supuesto delito de injurias a instancia de don Constancio Arias
Rodríguez, ex director de El Correo de Zamora, diario
tradicionalista con censura eclesiástica.
En
estrados se hallaban con toga, infinidad de abogados de este ilustre
Colegio, y en sitio preferente veíanse multitud de personas
escogidas y de calidad, entre las que descollaban muchos sacerdotes.
Entra
la mayor expectación, el presidente de la Audiencia a las once de la
mañana concedió la palabra al letrado defensor de don Francisco
Alfonso
El
señor Petit.
Con
sus energías características y con las dotes que le son reconocidas
como abogado, comenzó recogiendo ciertas frases y conceptos vertidos
por el querellante y que el orador estimaba ofensivas para su
dignidad profesional.
Habilísimamente,
deshizo con razonamientos los cargos gratuitos del querellante
dirigidos al Tribunal Supremo, a la Sala de esta Audiencia que falló
la querella seguida contra don Enrique Calamita, a los secretarios de
Ayuntamiento y al dignísimo sacerdote don Martín Luelmo así como a
otras personas que en el transcurso del informe del querellante
fueron objetos de durísimos conceptos y apreciaciones.
Después,
justificó hasta la saciedad que el proceso no tenia otro origen que
el deseo de una venganza o de conseguir una indemnización civil tan
fantástica como la apreciación de creer en la existencia de un
hecho punible al publicarse el artículo Oye tú... Para Constancio Arias, por cuyo trabajo periodístico se traía al
banquillo de los acusados a un modesto obrero de la inteligencia, a
un hijo de humilde familia que, imposibilitado para el trabajo
material y cuando apenas contaba cinco años de edad había sufrido
la desgracia de perder a su padre, y a fuerza de laboriosidad e
inteligencia y honradez conseguir escalar la dirección de un
periódico manteniendo, modestamente, si; pero con dignidad también,
a su anciana madre, a su esposa e hijos.
El
señor Petit manifestó que con mucha modestia tenía que significar
a la Sala, que si de algún compañero debía esperar gratitud, tenía
que ser del querellante, a quien guardó siempre en este y otros
procesos consideraciones que con harto sentimiento se veía en la
precisión de recordar.
Seguidamente
analizó desde el punto de vista jurídico el trabajo periodístico
objeto de la querella, aduciendo en justicia de que no era penable
sólidos razonamientos y atinadísimas consideraciones, para
conseguir demostrar que aun en el caso de que cualquiera de las
frases de dicho artículo pudieran resultar mortificantes, por la
ocasión, el motivo y las circunstancias y muy especialmente por la
intención indudable de no haberse propuesto su autor otra cosa que
repeler una agresión injusta en terreno periodístico que se le
había dirigido desde el diario del querellante, estaba fuera de duda
que el hecho controvertido no es delictivo.
Terminó,
su brillante informe el defensor de Francisco Alfonso interesando una
vez mas que a favor de éste se dictase un fallo absolutorio con
todos los pronunciamientos favorables al mismo, imponiendo las costas
al querellante por su temeridad y protestando el letrado de que por
esta vez haría efectiva, su minuta de honorarios a un compañero en
el foro y en el periodismo, pero que esos honorarios, serían
distribuidos entre los obreros a quienes mortificó el querellante
para que el día en que éste llorase la pérdida de su anciana y
respetable madre, fueran a orar sobre la tumba de ésta.
El
señor presidente suspendió la vista para continuarla el lunes a las
diez y media de la mañana.
Heraldo
de Zamora, 25/10/1913