lunes, 25 de junio de 2012

SAN PEDRO 1913

Fin de la campaña.


No merece los honores de una reseña larga y detallada, el festival taurino que ayer tarde se celebró en el coso de la explanada del Matadero.
El revistero no quiere meterse en disquisiciones acerca del resultado de la corrida, porque si así fuera, tenía que empuñar en la diestra un fuerte látigo y arrear en firme contra todos los elementos que integraron el espectáculo.
Así, pues, saldré del paso, propinando a la revista un golletazo más descomunal, que los que ayer vimos dar al gran Gaona, el rey del canguelo.
Y vemos con la dichosa corrida.

A la plaza.

A las cuatro en punto de la tarde la caravana heraldista, partió del Bar Águila en un espacioso ómnibus de los que poseen los hermanos Pepe y Tomas Pintas.
Cundo llegamos al circo, en el ruedo, la brillante banda del regimiento Toledo, dirigida por el reputado maestro don Leandro Rodríguez interpretaba de forma magistral una preciosa joya mereciendo estruendosa salva de aplausos, que arreció, cuando se escucharon las castizas notas del pasodoble Gallito.
¡¡Olé!! por los músicos del regimiento Toledo.
Una vuelta al anillo y mutis.
Los cofrades ocupamos todos nuestras respectivas localidades en el tendido número 2, al mismo tiempo que entraba en la presidencia, el segundo teniente alcalde, señor Calonge.
En el circo reinaba la alegría, el bullicio que proporciona la fiesta nacional.
Había buena entrada a la sombra y regular al sol, para no perder.
De mujeres, no hablemos. Las había de buten, de chipén, con cada mantón de Manila, que eclipsaba a los que confeccionan los hijos del Celeste Imperio.
Y el presidente sacó el pañuelo: dos alguacilillos montando magníficos y briosos corceles nos aburrieron de lo lindo con sus proezas de equitación y las cuadrillas capitaneadas, por Rodolfo Gaona y Chiquito de Begoña hicieron el paseo.

Los toros.

Comienzo confesando ingenuamente que los seis burós que mandó don Santiago Neches no dieron juego a excepción de los lidiados en primero y quinto lugar, dos bichos que en el primer tercio, fueron codiciosos, pegaron en firme y llegaron a la suprema hora, como peritas en dulce.
Lástima de mejor lidia, y los dos toros, si no resultan de bandera, hubieran competido con los de mejor raza andaluza.
Los restantes, fueron tardos en varas, debido a la mala dirección de plaza, pues no se oculta a ningún espectador, que los de aúpa, cotizaban el hule a gran precio, y no vinieron a Zamora nada más que a pasear, en aquellas sardinas tísicas que nos brindó la empresa de caballos.
Ninguno de los varilargueros se colocó en su sitio, y de esta forma, el mejor toro vuelve la cara y se hace acreedor a una sección de fuegos artificiales, como le ocurrió al lidiado en sexto lugar.
Entre los seis toros jugados ayer, tomaron treinta varas, y hubieran metido más la cabeza si la lidia se hace como lo mandan los cánones taurinos.
Lamento, querido colega, lo ocurrido, y hago votos porque los cornúpetos destinados a morir en la Plaza de San Sebastián tengan mejor suerte que sus compañeros de ayer.
En fin, cambiaré de tercio, relegando al panteón del olvido la lidia que se dio ayer a los seis animalitos y paso a entendérmelas con

Rodolfo Gaona.

El indio más indio que existe en el Universo, vino a Zamora, mal impresionado del ganado.
En un rato de charla que el revistero mantuvo con Rodolfo en el cuarto número uno del Hotel Comercio, pudo comprender que Gaona, tenía eso que se llama miedo.
Venía a Zamora por las pesetas y le importaba poco la afición.
Gaona sabia que había cuatro toros de peso y hasta llegó a señalar número de arrobas, ¡horror! y bajo esta impresión se coloco el traje de luces, por cierto bastante fúnebre, y se fue a la plaza a hacer lo que todos le vimos.
Tirarse a matar sin preparación, ni perfilarse.
Ni suicida fue ayer, porque cuando entraba a matar aprovechaba todas las ventajas.
Demostración de ello, fueron los pitos que escuchó y la llamada a la Presidencia, para imponerle quinientas pesetas de multa.
¿Estamos de acuerdo?
Pues bien, Gaona sacó la espina en el quinto toro.
En el marmolillo aquel, que seguía a los capotes como manso corderillo realizó elegante preparación en banderillas, cambió, agarró pares superiores, alguno de poder a poder y se le aplaudió.
Con la muleta hizo algo, no todo lo que sabe y la labor resultó embarullada, no todo lo limpia que merecía el bicho.
Con el estoque, no quiero acordarme de lo que hizo, mechó y atravesó a los toros y los tres que le correspondieron se murieron aburridos y renegando de su suerte perra.

Rufino San Vicente.

En condiciones malísimas venia el Chiquito a Zamora. Hízolo por complacer a los zamoranos de los que guarda gratos recuerdos y en compañía de su doctor, por si durante el viaje empeoraba.

Rufino está en la convalecencia de una grave pulmonía, que no ha muchos días puso en peligro su vida, y en estas condiciones salió a la plaza.
Esto en verdad, no justifica lo vulgar que ayer estuvo frente a los toros, pero aminora las censuras.
Hizo algunos quites, rematándolos con elegancia, dio varios pases con maestría y agarró buenos pinchazos.
El begoñés no hizo más que salir del paso.
Lo siento, porque Rufino
Hay que restablecerse, niño, y ganar palmas acercándose a los toros.

La gente de a pie.

Corramos un velo.
Quisiera el revistero acercarse a la realidad al hablar de la labor del personal que componían las cuadrillas de Rodolfo Gaona y Rufino San Vicente.
Ignorantes con el capote, detestables con los palos.
Séales la tierra leve.

La presidencia.

Siento en el alma decir al amigo Pepito que en algunos momentos estuvo en brazos de Morfeo en tan dulce siesta, que los espectadores pensábamos en marchar a Tetuán por monas.
En otros instantes, caminó a 70 por hora, y eso le ocurrió en el sexto toro, al ondular el pañuelo rojo.
No paso, querido Pepe, a discutir si estuvo bien o mal fogueado Tomatero; otras cosas hemos visto peores; lo que digo es, que si los burós lidiados en segundo, tercero y cuarto lugar se libraron del tuesten, lo mismo pudo ocurrir con el sexto.
Zamorano, ante todo; y no va más.
El servicio de Plaza, detestable.
En el reglamento de toros hay un artículo que habla de los avisos que se envían a los matadores cuando se retrasan en el último tercio; ayer quedó incumplida esta disposición en el tercer toro.
¿Para cuando se dejan los mansos?

El desfile.

Terminado el festival; el público, aburrido, desfiló en diferentes direcciones, y los cofrades heraldistas nos dirigimos al chalet del café de París, en la Avenida de Requejo, donde concluimos de refrescar, pues conste que en la Plaza no faltó, como a todo quisque, la simbólica bota de limonada y los riquísimos fiambres que expende Gerardo Inestal.
Concluido el refresco, los cofrades nos despedirnos, haciendo votos de que el año próximo, nos veamos también reunidos para correr otra juerguecita.
Y conste que fuimos trece los que constituíamos la caravana.

Un Cojo sin muleta.
Heraldo de Zamora, 30/06/1913

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