viernes, 13 de abril de 2012

HISTORIA DE UN CORNETÍN

                                                               Dedicado a las bandas de CC y TT de Zamora,
                                                               por su abnegación y generosidad.


Hace algunos meses escribí un artículo acerca de Remigio Díez Rodríguez, primer cornetín de la banda de música del Regimiento Toledo 35, un personaje muy popular en la Zamora de los primeros años del siglo XX.
Esta es una de esas personas que forman parte por derecho propio de la intrahistoria de esta ciudad, gentes anónimas olvidadas por el devenir de la otra historia, la que los libros de texto se ocupan de conservar.

«Pero las muchedumbres somos igual que las veletas: giramos del lado que viene el viento. Remigio, algún día, en Zamora, fue más célebre que el gobernador civil, que el presidente de la Audiencia, que todas las personas de mérito indiscutible; los niños le querían, los propios le admiraban, los extraños ansiaban conocerle. ¡Era tanta su popularidad!... »

Son palabras de Abelardo de Barrio (1894-1913), autor de la obra “Historia de un cornetín: Remigio Díez. Su vida y sus obras...” publicada en 1912 con motivo de su licencia por edad.

Con el mismo título aparece publicado un largo artículo en el Heraldo de Zamora el 20 de agosto de 1912 y que sirve para completar aquella primera aproximación que realicé hace varios meses, y que ahonda en la excepcional personalidad de esté músico, del que este año se cumple el centenario de su retirada.

Nace en León en el seno de una familia humilde en el año 1862.
Dedicó sus primeros años a la pintura, pero pronto comprendió que tenía una aptitud innata y pensó en ser músico.
En 1875, afianzada por completo su vocación, comienza en León su formación musical bajo la dirección de don José Areal, maestro de la Sociedad «Amigos del País» y organista de la Santa Iglesia Catedral.
En 1876 se dedicó de lleno al instrumento que con tanto cariño profesó, y a los seis meses gana plaza de primer cornetín en la banda municipal «La Filantrópica» donde figuraba como músico mayor el gran director don Ildefonso Fernández.
En 1877 ingresa en clase de voluntario para la música de la Reserva de Lérida número 42 (más tarde regimiento de San Marcial número 44,) donde trabajando con fe y entusiasmo, fue dando cima a su modesta carrera, escalando la cúpula de la popularidad, hasta llegar al apoteosis de su vida militar, en el año de 1912.

«Decir Remigio Díez, es decirlo todo: un poema y un cantar: él es algo nuestro, propio, indiscutible; algo que se nos adentra en los rincones del espíritu. Toda Castilla le conoce. En todos los pueblos, ya en fiestas, ya después de un paseo militar cuando los soldados, cubiertos de polvo y rendidos por el cansancio, procuraban descansar de sus fatigas, la notas alegres del cornetín de Remigio venían a ser el abracadabra de aquellas calenturas; la plaza del pueblo, el campo, las afueras, donde fuese, se veía lleno de personas; todo el mundo dejaba las casas abiertas, para correr a escuchar las notas aguerridas del cornetín, que impulsaba los pechos en un anhelo y las manos en un deseo loco de aplaudir...»

El talento musical con el que conseguía arrancar a su cornetín esas afiligranadas florituras consiguieron no sólo el respeto, sino la admiración de cuantos tuvieron la fortuna de admirarlo.

«Le han caricaturizado; los periódicos le consagraron columnas enteras, por él se hicieron couplets; los más ilustres personajes -generales, obispos y toreros-, han estrechado su mano; posee autógrafos y retratos de los artistas más eminentes, de los músicos más inspirados; le han brindado toros, célebres espadas;»

Pero Remigio era más que un notable cornetín, era sobre todo una persona alegre, franca, simpática, todo alma...

«Hace muy pocos años, y, sin embargo, los que entonces éramos chicuelos, tenemos grabada en la retina la figura simpática «del cartero del regimiento Toledo», de aquel músico rechoncho y colorado, con la cabeza afeitada, que todas las tardes al regresar de la Central, llevando la cartera a las espaldas, veíase asediado por la admiración general. Pasaban las niñeras: «¡Adiós Remigio» Y Remigio, poniendo en sus ojos un chispazo y en sus labios una risa, contestaba: «¡Adiós pimpollos!» Venía algún jefe, Remigio; alzando la mano a la altura del ros, siempre risueño: «Mi coronel: buenas tardes». «Para todos tenía algo». Ni Las señoritas, que estaban en los balcones y que, al pasar, le sonreían, se libraban «de sus achaques». Era él mucho hombre.»

La prensa local y de provincias dejaron numerosos ejemplos haciendo justicia de sus méritos:

«El Campeón y El Porvenir, de León; El Duero y HERALDO DE ZAMORA; El Castilla, El Norte de Castilla y El Porvenir, de Valladolid, El Lábaro, El Castellano, El Noticiero y El Adelanto de Salamanca. El heraldo de Linares, La Iberia, de Ciudad Rodrigo, El Combate, de Béjar, La voz de Peñaranda, El Correo de León.., cien y cien más tuvieron para Remigio un aplauso y una frase cariñosa.»

Tenía, afirma el biógrafo, una carpeta lujosamente encuadernada

«...donde guarda revistas y periódicos de todas clases y matices, que pregonan su fama, tiene también retratos y autógrafos de artistas que, al marchar, en su lucha por la vida, quisieron dejarle expresado su recuerdo; quizás sea esta carpeta lo que Remigio quiere con más anhelo;»

El general Carbó, Eduardo López Juarranz, el maestro compositor y director de la banda de música del Real Cuerpo de Alabarderos; Martínez Montosa, la actriz Concepción Rustani, Pau Casals, una lista interminable de figuras que constituyen ese museo sentimental del célebre Remigio.

Otro aspecto, un nuevo don de este hombre genial, era el de la oratoria.

«Se organizaba algún banquete, fuese en honor de quien fuese...allí estaba Remigio, con su honor y su persona. ¿Había brindis? Pues brindaba por todos: por San Fernando, por San Pedro y San Antonio; pero, ¿no brindar él?
Imposible.»

De palabra fácil, ideas lúcidas y exquisitas, de sus labios salía lo mismo un piropo que un discurso, un chiste que pica pero no enoja, una idea desvanecida antes de adivinada, Remigio era un orador de cuerpo entero.

La famosa vedette Amparo Borí le cantó unos couplets dedicados recibiendo estruendosas ovaciones en aquella noche incomparable, cuando fijó sus ojos incandescentes y le saludó :

Salve, Remigio, lleno eres de gracia!...

«Os agradezco vuestros aplausos,
porque la gloria no hay quien discuta,
pero el maestro me está diciendo
que ya no puede con la batuta,
al Clarinete se le va el aire
y sin pulmones está el flautín
y hasta Remigio me dice: -¡Amparo!
¡que se me tuerce el cornetín.»

Después de rechazar ventajosas proposiciones continuó viviendo en Zamora, ciudad a la que tanto quiso.
No sé aun que fue de su vida, tras su retirada.
En el Porvenir de León, en 1914 lo despiden cariñosamente tras una breve visita «inimitable corneta y presidente en Zamora de la sociedad de sopleo»
Y en El Adelanto de Salamanca, en 1917 da cuenta de que se encuentra en la ciudad «el célebre y popular cornetín, ex-músico de primera de la banda del Regimiento Toledo, muy conocido y muy estimado en Salamanca donde cuenta con generales simpatías y admiradores.».

No cabe duda que Remigio fue toda una leyenda, en esta nuestra Zamora, querido y admirado por sus contemporáneos, me resulta tan extraño su olvido...

«De aquellos buenos tiempos, en que los obispos estrechaban su mano, y los toreros le brindaban sus toros: y le daban autógrafos los artistas mas eminentes, va quedando poco a poco, un pálido recuerdo; el que algún día llenó con sus cosas las columnas de los periódicos, y en libros dedicados a la actualidad local ocupó lugar preferente, y tuvo en cada labio una pregunta y en cada pecho un latido, terminada su vida militar, desaparece estos días. A eso, a evitar que algo que fue muy nuestro se aleje, sin dejar en nosotros un recuerdo, tienden estas líneas.»


(Textos extraídos del artículo publicado en Heraldo de Zamora Historia de un cornetín: Remigio Díez. Su vida y sus obras...”. Abelardo de Barrio, 22/08/1912)

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