miércoles, 28 de marzo de 2012

LA TRAGEDIA DE PIEDRAHITA (I)

El sábado anterior, Francisco Alfonso ante los rumores insistentes durante toda la mañana en la capital, de que en Piedrahita de Castro, habían acaecido graves disturbios durante la celebración de las tradicionales fiestas en honor de San Roque se trasladó inmediatamente al lugar de los hechos para informar a los lectores del Heraldo.

A las cinco de la tarde, y antes de que el diario saliera a la calle, pudo finalmente telegrafiar desde Piedrahita, avanzando que efectivamente, los rumores eran ciertos, y que durante la celebración del baile la noche anterior, los jóvenes de Piedrahita y de San Cebrián, poblaciones que distan entre sí apenas cuatro kilómetros, se enfrentaron en una contienda mortal. Un joven natural de San Cebrián resultaba herido de muerte, al parecer, por los golpes causados por un palo.

Además, según los testigos, durante la riña, se produjeron disparos por arma de fuego y se emplearon también armas blancas.

Poco después de enviada la noticia al periódico, el propio reportero se disponía a desplazarse hasta San Cebrián, con el fin de presenciar la autopsia.
Como el domingo era festivo y el diario no se publicaba, el lunes, en primera plana y a tres columnas, una extensa crónica nos relataba todo lo acaecido, detallando con rigor, paso a paso, el curso de sus indagaciones.





Preliminares.

Desgraciadamente tuvieron confirmación los rumores alarmantes que el periodista recogió en la mañana del sábado referente a los sucesos trágicos ocurridos en las primeras horas de la madrugada del 17 en el inmediato pueblo de Piedrahita de Castro.

El rencor que desde hace algún tiempo existía entre varios de los mozos de referido pueblo y el de San Cebrián de Castro, estalló una vez terminado el baile que se celebraba en la plaza denominada de la Escuela. Allí fue el origen de la reyerta habida en el sitio conocido por la Vereda, donde jugaron importante papel, las armas de fuego, las blancas y los garrotes.

Según informes, disparos cruzáronse más de 16, y hubo quien en su diestra blandía enorme puñal hasta lograr la huida de los 14 o 16 mozos de San Cebrián, que después de cenar abandonaron su pueblo con propósito de divertirse en las renombradas fiestas de San Roque que desde tiempo inmemorial se celebran con extraordinaria solemnidad y animación en el pueblo de Piedrahita de Castro, a cuya localidad se dirigió este cronista tan pronto como tuvo conocimiento de la tragedia desarrollada en las primeras horas de la madrugada.

Llegada a Piedrahita.

Pocos minutos tardó el monstruo de fuego en transportarme a la estación de Piedrahita y menos empleé yo en salvar la distancia que existe desde éste punto al pueblo, en compañía del alguacil de San Cebrián de Castro, que regresaba de la capital después de dejar en poder del juzgado de instrucción el parte dando cuenta de los sucesos qué habían tenido como epílogo la muerte de un robusto joven de veintiún años de edad.

Antes de comenzar la misión que me llevó a Piedrahita, reparé mis fuerzas en el mesón del pueblo, y allí principié la orientación de estas cuartillas.

En referida posada, además de proporcionar albergue, revenden ultramarinos, confituras y vinos, por cuyo motivo, es frecuentada por la juventud.

La noche del 16 y momentos antes de dar comienzo el baile en la plaza de la Escuela, se reunieron en el mesón los mozos de San Cebrián, consumiendo algunos dulces y varias jarras de vino, y allí, según la posadera, que es una mujer alta, bien parecida y mejor puesta de carnes, los jóvenes de San Cebrián tuvieron entre ellos una disputa que no pasó de palabras.
Hasta aquí, muy bien la posadera.

El cronista quiso seguir más adelante en su información sobre los sucesos acaecidos en la madrugada, pero tuvo que desistir a causa del mutismo en que se encerraron los amos del mesón.

Satisfice el importe de la comida, por cierto un poco exagerado, y sin tener en cuenta la temperatura al frito que hacía a las dos y media de la tarde, salí caminando para San Cebrián de Castro, unas veces a pie y otras andando.

Mi paso por las calles de Piedrahita despertaba curiosidad, no sé si por el físico o por que me tomaran por la Justicia; de algunos corros oí decir ese es Un Cojo sin muleta.

Crucé la Vereda y allí pude observar que próximo a unos hornos habían tenido lugar los sucesos que motivaban mi viaje, apreciando divinamente las manchas de sangre del infortunado Carlos Rapado Aguado, o de Victoriano Blanco.

En San Cebrián.

Traspasé los limites del pueblo y llegué a San Cebrián.
Unos jóvenes que sentados en un rincón se refugiaban de los efectos del astro rey encaminaron mis pasos a la casa Consistorial donde se encontraba el Juzgado municipal con la Guardia Civil tramitando las primeras diligencias sumariales, dimanadas de una denunciada dada por José Rapado, padre de Carlos, manifestando que éste había regresado a casa gravemente herido por los mozos de Piedrahita.

Las actuaciones habíanse llevado a cabo con gran éxito por el juez don Emilio Doncel y secretario habilitado don Nicanor Gutiérrez, ayudados eficazmente por el sargento del puesto de Manganeses de la Lampreana don Juan Colino y guardia Marcelino Moralejo.

Estos, cumpliendo órdenes del juzgado municipal, habían llevado a efecto la detención de Arturo de Dios Martín y Gaudencio González Vecino, los cuales se hallaban en el portal del Ayuntamiento esperando la resolución del juez de instrucción.

Sr. Alfonso
Heraldo de Zamora, 19/08/1912

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