miércoles, 14 de marzo de 2012

EL VIAJE A POVA : En la pradera de la aparición

No ha muchos días que en estas mismas columnas, la castiza pluma de nuestro cultísimo colaborador don José Cimas Leal, describía de forma verdaderamente admirable el poético paisaje donde la Niña Santa, dice tuvo la inefable dicha de que se la apareciera la Inmaculada Concepción.

Pues bien, en el confín de esa hermosa pradera adornada de corpulentos robles, verdes y amarillas florecillas y dos hermosas tierras cercadas de infinidad de guindales, propiedad del padre de Marianita, ésta tuvo la inspiración de señalar el sitio donde hoy brotan en abundancia las salutíferas aguas, al lado de cuyo prodigioso manantial (el líquido conserva siempre el mismo nivel) se emplazó, también por inspiración de Mariana, un pequeño trozo de terreno que la fe de los enfermos cercó con férrea jaula, de una de cuyas moradas barras cuelga el cacito de porcelana con que los fieles extraen el milagroso barro, que arrojado en rústico pilón de granito para mezclarlo con la prodigiosa agua, ha de dar salud al enfermo, cuando le conviene.

Hemos de advertir que una gran herrada pendiente de una cadena metálica (regalo de Ricardo Pintas, padre); sirve para elevar el liquido de la virtud, y que entre el pozo y la jaula, sobre rústico paredón de piedra granítica se eleva una modesta cruz del mismo mineral y en cuyo frente la filia de Manuel, tiene pegado un pequeño cromo de la Purísima Concepción.

Lo poético del valle, el gusto que ha presidido a éstas últimas obras de mano del hombre, y la fe ciega con que en busca de la salud perdida llegan los infelices enfermos a las inmediaciones del pozo, hacen que todo ello provoque a la meditación y el espíritu se traslade a las regiones etéreas.

La emoción es intensa, profunda; la imaginación se contrae, e instintivamente las rodillas se doblan ante aquellos dichosos lugares que, según Marianita, fueron elegidos por la Patrona de las Españas, para demostrar a los incrédulos que, con verdadera fe, el hombre puede hallar remedio a sus males.

Ya nos lo decía el virtuoso párroco , de Moveros, «alguien que no soy yo, debe decir si es ó no milagroso lo que aquí estamos presenciando; pero desde luego hay algo que llama la atención.»

Nuestro primer cuidado fue preparar la hermosa máquina fotográfica del señor Corti, para que tan apreciable artista procediera -y así se hizo- a tomar las más preciosas vistas del paisaje,y las escenas, realmente edificantes, que absortos presenciamos, entre ellas, algunas que reseñaremos en la colección de curaciones.

Ayer tuvimos ocasión de admirar las pruebas del inteligente trabajo del amigo Emilio, y como todos los suyos, resulta notable. Por la galería de Corti desfilará todo Zamora a conocer el precioso álbum de la pradera de la aparición.

Entre los fieles que buscaban curación, recordamos a una respetable señora (ya frisaba en los 50 años de edad) que con indescriptible entusiasmo lavaba con agua y barro un enorme y sanguinolento infarto que sufre en la rodilla derecha, terminando por aplicar la misma medicina a sus ribeteados ojos.

Un ciego de nacimiento, que con febril entusiasmo sumergía su cabeza en el pilón recibiendo fuertes duchas, que con la herrada, regalito de Pintas, le descargaba su compañero.

A Un cojo sin muleta, que absorto contemplaba tan delicadísima operación el paciente le aconsejó que «tenga fe y le imite en el remedio.» Pero desconfiado, como buen cojo y periodista, Paquito estima en lo que vale el ofrecimiento y opta por continuar renqueando.

Otro de los cuadros dignos de especial mención lo es, el de una lusitana que desafiando el fuerte viento que reinaba sumergía también en la pila a una escuálida criatura cuyas tiernas y secas piernecitas mas parecían dos palillos colgados del anémico cuerpecillo.

En fin; cuando vea la luz pública nuestra colección de curaciones, podrán los estimables lectores del HERALDO formarse idea exactísima de cuanto allí vimos; observamos y no concebimos.

Y como el papá de Marianita nos esperaba para conducirnos a su casiña y la hora de almorzar se aproximaba ocupamos de nuevo los asientos de cómoda tartana para dirigirnos a Pova, de donde el pacientísimo lector sabrá mañana lo que ocurrió a los excursionistas.

Heraldo de Zamora, 27/06/1912

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