martes, 13 de marzo de 2012

EL VIAJE A POVA : En busca de Mariana (II)

Como decíamos ayer, a las siete de la mañana del domingo salimos de Fornillos con dirección al pueblo de Moveros, donde nos esperaba el virtuoso párroco de este pueblo don Juan Antonio Espina, quien nos había de acompañar en nuestra excursión al pueblo de Pova.

Después de tomar un refrigerio que nos brindó la sirvienta del sacerdote y de adquirir los botijos que llenaríamos de agua salutífera en los dominios de Mariana, proseguimos la marcha hacia la frontera portuguesa.

Media hora más tarde transponíamos el límite de España con la vecina República.

Ricardo Pintas, rindiendo pleitesía a los meninos, entonaba el himno de Rouget de L'Isle; y las bravas notas de La Marsellesa, se confundían con los vivas a la República que daba J. Puyitas. No parecía sino que el ambiente había encarnado en nosotros y bajo el azul purísimo de aquel cielo portugués todos nos sentíamos republicanos.

Los caballos trotadores seguían avanzando, y en su carrera atravesaban pantanos y salvaban todos los obstáculos del camino dando tumbos la valenciana tartana que era depósito de nuestras personas maltrechas, que con avidez anhelábamos estar pronto a la vista de la niña Mariana.

Sobre las ocho y media de la mañana divisamos a lo lejos del camino la espadaña de la iglesia del primer pueblo portugués. Teníamos a la vista Costantín.

A la entrada del pueblo los guardiñas nos obligaron a parar el vehículo, después de atento y cortés saludo cumpliendo con su deber nos interrogaron acerca de lo que pudiéramos conducir en el coche que fuese objeto de pago para la Aduana.
Como nada teníamos sujeto al pago del impuesto, así lo declaramos y nos autorizaron para continuar el viaje, no sin que antes nuestra cordial afectuosidad obsequiara a aquellos representantes de la Hacienda portuguesa, con magníficos cigarros puros españoles.

Cruzamos Costantín y a la salida, nuestra diligencia halló al paso a Francisca, una linda portuguesa, madre láctea de algún zamorano, razón por la que era conocida de los excursionistas, la joven lusitana.
J. Puyitas, descendió del carruaje, y cordialmente dio un efusivo apretón de manos a la joven, a la que con la venia de Ricardo, brindó un asiento en el interior de la tartana.

Francisca aceptó gustosa y a la vera de Gerardo Inestal, hizo el viaje al punto donde está enclavado el pozo del agua maravillosa.

J. Puyitas se desvivía por atender a la gentil lusa. Todas nuestras deferencias eran para la joven que nos traía con su presencia una nota de vida al interior del carruaje, en el que casi todo era negrura y desolación.

Cuando más entusiasmados marchábamos, el zagal del carro anuncia al mayoral la presencia de otro pantano más que cruzar.

Hala, hala, y media hora después descendíamos en el frondoso paraje, asiento de las magnificencias de la filia de Manuel.

Nuestra llegada es casi un acontecimiento. Los romeros en seguida se hacen cargo de quienes somos los excursionistas.

Como reguero de pólvora corre la noticia de que somos periodistas.

Allá, lejos de nosotros, cerca del pozo del agua salutífera, se destaca la figura de Mariana. Nuestros ojos al contemplar la candidez de aquélla se deslumbran. Mariana trata de huir y cuando fugitiva abandona el pozo en el que acaso su presencia orante esté transmitiéndole mayores poderes, la voz del sacerdote, nuestro amigo y compañero don Juan Antonio Espina, la detiene.

-Mariana. Ven, y obedéceme.

La niña así lo hace, y el virtuoso sacerdote nos presenta a la filia de Manuel y la autoriza para que abandone aquellos parajes y nos espere en su casa.
En compañía de otras rapaciñas, Marianita toma una caballería menor que había en un prado inmediato y se dirige a Pova.

Y como lo que después pasó daría a esta información descomunales proporciones, por hoy dejamos el relato de lo acaecido en el lugar del pozo, que será objeto del trabajo de mañana.

Heraldo de Zamora, 26/06/1912

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