martes, 28 de febrero de 2012

TODO PASÓ

Como la primera corrida de ferias, resultó sosa y aburrida, El Heraldo renuncia a su reseña para dejar espacio suficiente para el relato de lo acontecido en la segunda corrida, donde Fuentes y Gaona realizaron una gran faena.

El Heraldo elogia la labor de la Comisión y su incansable dedicación para abordar las dificultades surgidas por contingencias que no pueden preverse. Las sustituciones de Ricardo Torres, Bombita y de Castor Ibarra, Cocherito de Bilbao provocaron un aumento de los gastos, con la intención de mantener el cartel a la altura de lo que inicialmente se propusieron, lo que propició un desequilibrio presupuestario que finalmente han dado un resultado económico negativo. Reprocha al ayuntamiento su falta de colaboración escudados en la precaria situación de las arcas municipales.

A pesar de todo esto, El Heraldo afirma que dichas pérdidas tampoco tienen una gran trascendencia y que el Comercio no buscaba lucrarse a través de las corridas, sino el fomento de las ferias y que en Zamora hubiera atracciones y novedades suficientes con las que entretener y animar al forastero.

Todo pasó.

Pasaron ya las famosas corridas organizadas por el Consejo de Administración de la Sociedad de Festejos y de los grandes festivales que tantas pesetas han costado, y de las cuales no tenemos más recuerdo que la animación habida en Zamora durante los dos días de feria y las archisuperiores y monumentales faenas realizadas por el inconmensurable Antonio Fuentes y por el valiente y clásico diestro mejicano Rodolfo Gaona, toreros que confirmaron una vez más que cuando se aprietan los machos de la taleguilla no hay quien los aventaje en el arte de lidiar toros.

La primera corrida resultó sosa y aburrida, debido a las condiciones de los seis burós que envió don Felipe de Pablo Romero, escasos de bravura, desiguales y la mayoría faltos de poder por su poca edad.

De reunir el ganado mejores condiciones, Antonio Fuentes, Regaterín y Martín Vázquez, hubieran trabajado con más lucimiento y entusiasmo, pues hay que convenir, que los tres matadores venían con ganas de agradar y derrochar valentía ante la afición zamorana.

De la segunda corrida, llegará el año venidero y todavía se sentirán en el circo taurina el eco de aquellas grandes ovaciones que continuamente el pueblo soberano tributó a los castizos diestros Antonio Fuentes y Rodolfo Gaona.

Perdurará en la memoria de todo buen aficionado la elegante preparación de muleta que el mejicano realizó con su segundo de la tarde, aquella cátedra, porque cátedra puede llamarse a los inconmensurables pases que dio con una maestría inenarrable, de pitón a rabo, por lo alto, de molinete, de doble pecho, cambiando de mano la flámula, en fin, el desmigue y la descoyuntación.

Al revistero duélenle todavía las manos de tanto batir palmas al torero clásico, al maestro que saliéndose de lo vulgar de lo que en Tauromaquia nos cuenta Rafael Guerra, Guerrita, todo rutinario, ha inventado las vistosas reboleras, las admirables gaoneras y otras suertes que hacen volver loco de entusiasmo al espectador más indiferente.

Otro tanto hay que decir del gran anciano Antonio Fuentes, del maestro de los maestros, en su labor en el quinto toro de los lidiados, de aquel bicho que codicioso como ninguno, se crecía al castigo y levantaba en alto los caballos dejándolos caer con estrépito, como si con ello se vengase de la suerte que iba a correr.

La bravura de este saltillo fue aprovechada por el dueño de La Coronela para adornarle el morrillo con dos magníficos pares de rehiletes, de esos que hacen pupa y dan mucho nombre al torero que los coloca como los clavó Fuentes, llegando a la cara del morlaco, después de elegantísima preparación, con el aplomo y valentía que Antoñito necesita para mantener a indiscutible altura el glorioso pabellón de su fama.

Y siguió el maestro el camino emprendido, poniendo cátedra y quitando moños.

La faena ejecutada con la franela en los tercios del 1, no se puede narrar.

Hubo derroche de elegancia, de maestría, y cada pase que daba a la fiera producía ruidosas ovaciones, estallando la más estruendosa, cuando el diestro sevillano llevó a su enemigo hasta la barrera, y sentándose en el estribo le proporcionó un pase magistral, de esos que se aplauden.

Y llegó la hora suprema, el momento de la verdad, y Antoñito, después de brindar al público la muerte de su contrario se echó el pincho a la cara y entrando por derecho y saliendo por los costillares, logró un volapié que hizo innecesaria la puntilla y cuando el público, loco de entusiasmo, pedía para el diestro la oreja, Fuentes, con la sonrisa en los labios, contestó: «Así se matan los toros»; y comenzó la vuelta al ruedo recogiendo palmas y devolviendo objetos.

Continuó la corrida y el público abandonó la plaza, loco de entusiasmo, por toreros y toros, y pregonando a voz en grito que el espectáculo había dejado imperecedero recuerdo, pues el ganado cumplió en todos los tercios, haciendo honor a su divisa, y los diestros trabajaron incansablemente toda la tarde, lo mismo peones que maestros, en busca de la contrata del próximo año.

Y, hasta que para nada faltase, el popular zamorano Jerónimo López (a) Calores, que gratuitamente prestó sus hermosas mulas para el arrastre, tuvo el plausible acuerdo de engalanarlas con refinado gusto y forma caprichosa, cual nunca se presentaron en el redondel del circo taurino.
Bien merece unas palmadas el simpático Calores

Un Cojo sin muleta.
Heraldo de Zamora, 02/07/1912

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