martes, 3 de enero de 2012

¡TODOS AL JUZGADO!

Con un tono de lamento, triste y sentido, El Heraldo de Zamora comunica a sus lectores que Constancio Arias, director de El Correo de Zamora, ha resuelto de manera enérgica y rotunda interponer una querella contra Francisco Alfonso, y Carlos Calamita por injurias, ampliando la querella a Enrique Calamita, propietario del periódico como responsable civil.
Se sustenta la demanda en dos artículos publicados contra el director de El Correo, los titulados “Oye, tú...” firmado por Francisco Alfonso y “Epicúreo y Malandrín” firmado por Carlos Calamita.
Para cada uno de ellos solicita una indemnización de 10.000 pesetas, y además a los dos primeros una petición de condena penal.
El desasosiego en la redacción ha sido tal que incluso vieron peligrar la salida de la publicación.
Estiman como desorbitada la petición de indemnización digna de un Vanderbilt, en alusión al célebre Conerlius Vanderbilt, empresario estadounidense que amasó una enorme fortuna con el transporte tanto de barcos como de ferrocarriles.
Con evidente socarronería le dirigen al administrador del periódico Julio Calamita (hermano del propietario) un exclamativo ¡abróchese (el cinturón) don Julio!.
El 1 de febrero de 1912 se celebró la vista de conciliación, sin que las partes se avinieran a un acuerdo que evitara el proceso judicial.
Termina el artículo con el ofrecimiento a Constancio Arias por parte de los demandados de pagar una comida en el mejor restaurante de Zamora, al que quedan invitados tanto el juez como demás empleados judiciales, con el fin de resolver extrajudicialmente la denuncia.
He de subrayar que el contexto jurídico en el que se enmarca la demanda, como ya he comentado en otra ocasión, es el de la condena al diario “El Liberal” de Madrid a 150.000 pesetas por vulneración del honor en el caso de la falsa noticia sobre el fraile de Totana y la señorita Mussó. La primera instancia estimó la demanda, condenando al director del periódico y más tarde, en diciembre de 1912 el Tribunal Supremo la confirma, convirtiendo dicha demanda en la primera en la que se indemnizaba por los daños morales causados por difamación. Hasta entonces la jurisprudencia del Tribunal Supremo era que el honor no era valorable en pesetas.


¡TODOS AL JUZGADO!


Penosamente hemos ascendido la cuesta de Enero los que trabajamos en el HERALDO DE ZAMORA. El dichoso mes de los Reyes que alegrías y bienandanzas trae para casi todos los humanos, sólo sinsabores y penas mezcladas con sustos, sobresaltos y lágrimas es lo que nos ha dado a nosotros todos; bienaventurados eternos porque -¡con qué alegría lo decimos!- eternamente acosados y perseguidos nos vemos por la justicia.
Ha sido dura, en efecto, la cuesta de Enero en esta casa, aunque al fin y al cabo sin novedad la ascendimos. Damos gracias a Dios por ello y a nuestros lectores vamos también a darles algo: cuenta, al menos, de los trabajos insuperables realizados para que el periódico no suspendiese su salida, amenazada la publicación en las personas de sus redactores, con demandas civiles y criminales, con exigencias pecuniarias dignas de un Vanderbilt, amenazada la gaveta de la administración, ¡abróchese don Julio!, con peticiones fabulosas, con exorbitantes cantidades que nosotros sólo hemos visto muy de tarde en tarde escritas en las listas de la lotería.
La cantidad más grande que nos cabe en la cabeza a los insolventes, y nosotros parece que lo somos, de hecho, a juicio del demandante, es la perra chica que el público da por nuestra labor. Y ahora vamos a cuentas. Una perra chica la da el lector por el periódico, por el trabajo de todos; de suerte que buscando, matemáticamente, la parte que a cada uno nos corresponde en el conjunto, pensar en la perra chica, es pensar con fantasía. De este análisis resulta que un periodista vale menos que un ochavo moruno, dicho sea esto con respeto y para que nadie se querelle y salga pidiéndonos otras

¡10.000 pesetas!

Porque sepan ustedes, que el señor don Constancio Arias, nuestro compañero en la Prensa, director del diario católico carlista con censura eclesiástica, es tal el afecto que nos guarda, que haciendo bastante tiempo que no tenía relaciones con nosotros y sin duda temiendo se enfriasen nuestras buenas amistades, ayer, procesionalmente, nos hizo comparecer en el Juzgado municipal, por este orden:
A su colega y compañero el director del HERALDO, le prepara una querella de injurias por un articulo publicado dos o tres meses antes de Pascuas. La fecha tan lejana de la cosa nos estropea el chiste.
A don Carlos Calamita, abogado y periodista, (doble lazo de compañerismo con don Constancio Arias) este mismo señor le intenta deducir otra querella, también de injurias, y en la demanda de conciliación tiene con él la fineza de llamarle insolvente y decirle que ignora si es mayor o menor de edad.
Lamentamos la ignorancia de don Constancio Arias. En efecto, las supuestas injurias inferidas por don Carlos a don Constancio llevan la fecha del 4 de agosto del pasado año. El señor Arias ha dado sin duda carrete a don Carlos para que este llegase a la mayor edad. La acción se ha ejercitado con ausencia del señor Calamita y dos días antes de prescribir.
Esta es la prueba definitiva de la gravedad de los conceptos infuriosos.
Pero el colmo de la previsión (y el ahorro) de nuestro querido amigo y compañero en la Prensa, en el foro y en el Juzgado se demuestra en la tercera demanda.
Dirígela don Constancio, contra don Enrique Calamita Matilla, que no le ha injuriado ni en nada se ha metido con él, y es claro que así lo reconoce el señor Arias, pues sólo a aquel señor se dirige en concepto de propietario del HERALDO y como padre de don Carlos. Para el dueño de nuestro periódico no tiene el señor Arias petición penal, se conforma sencilla y cristianamente con pedirle
10.000 pesetas

de indemnización, por los perjuicios que dice le han causado las supuestas injurias del señor Alfonso y de don Carlos Calamita. Al escribir esto, nos acordarnos que al Divino Maestro lo vendió Judas por treinta monedas de plata.
Ayer celebróse la conciliación de las tres demandas.
El señor Alfonso no se avino a la suya.
Por ausencia de don Carlos se dio por intentada y sin avenencia la conciliación.
Y en cuanto al propietario del HERALDO, traído a estos belenes por las doctrinas del eminente jurisconsulto señor La Cierva, es casi innecesario decir a los lectores que, ¡en seguida se va a avenir a darle a don Constancio

10.000 pesetas!

por los tiquismiquis que el señor Arias pueda tener con don Francisco Alfonso ó con don Carlos Calamita.
Si don Constando tuviera otro carácter menos susceptible y enfadoso, hoy, le ofreceríamos, del bolsillo particular de don Carlos Calamita y don Francisco Alfonso -prueba de que no somos insolventes,- invertir un puñado de pesetas en un buen almuerzo, en el mejor restaurant de Zamora, y al que invitaríamos también a los hombres buenos, que lo fueron ayer don Ildefonso Fernández Villar y don Juan Petit Alonso, al tiempo que al señor juez municipal, secretario, escribiente y alguacil, personas que se interesaron todas por dar al lance amigable solución, y que no lo consiguieron de don Constando Arias.
La transacción que hoy ofrecemos, cumple a caballeros periodistas y abogados.
¿Hace?. Don Constando lo dirá.

Heraldo de Zamora, 02/02/1912

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