viernes, 9 de diciembre de 2011

DESDE TORO

Como ya había sucedido el año anterior, El Heraldo de Zamora, envía a dos de sus redactores, Juan Petit (J. Puyitas) y Francisco Alfonso (Un cojo sin muleta), a la vecina ciudad de Toro, con el propósito de que informen sobre las fiestas de San Agustín que allí acontecen. Un cojo sin muleta se encargará de la crónica taurina y J. Puyitas de la crónica del resto de festejos.
La esmerada descripción de J,. Puyitas nos acerca una de esas escenas perdida con el paso del tiempo, la celebración del Domingo de Baratillo a comienzos del siglo XX, incluido el Corro de la fruta, donde los agricultores pesaban la misma con el fin de hacer efectivo el impuesto del Corro.

DESDE TORO

Querido director: Esto está que arde: con una temperatura al frito y el constante movimiento a que nos condenan los buenos amigos toresanos, para que no perdamos ripio de los festejos, la trinidad excursionista Cojo, Puyi y Narciso suda la gota negra, a pesar los frecuentes bocks de riquísima y fresca cerveza que solo para los chicos del Heraldo supo tener dispuesta la previsión del compañero en la Prensa nuestro inesperable y cariñoso amigo Julito Higuera, que hoy como siempre se multiplica por complacernos, mostrándose pródigo en atenciones y soportando con resignación de mártir nuestras impertinencias de latosos periodistas provincianos, siempre sedientos de información reporteril y mas inaguantables que un agente de seguros sobre la vida.
Más por fortuna de esta trinidad, su cicerone es, como fue siempre, todo cariño y el amigo Higuera sabe dispensar molestia tanta y tan grande, como lo es la gratitud que para el simpático director de El Amigo del Pueblo guardan J. Puyitas, El cojo sin muleta y don Narciso, que vivamente desean testimoniar cual se merece el reconocimiento a que le son acreedores, al igual que a todos los amigos de la vecina ciudad, siempre obsequiosos y demostrándonos su entrañables afectos.
Y cumpliendo gratamente con el deber de dar público testimonio de nuestra eterna gratitud hacia los hijos de la ciudad querida, me dispongo a enviar al correo las cuartillas que pude trazar, bien a la ligera, en los pocos momentos disponibles que el reporter tuvo con tantos y tantos festejos y tantos obsequios que recibiera.

Nuestro viaje.

La trinidad periodístico excursionista, hizo felizmente la travesía; en cómodo y elegante departamento de tercera clase (2,10 pesetas) pasamos por los petits dominios del gran Requejo; el suntuoso palacio de los Villapadierna; las frondosas orillas del caudaloso Duero, para llegar a la capitalidad del distrito de Diez Macuso, sin que turbara nuestra alegría, más que el constante quejido de un pobre ecónomo de aldea que presa de terrible dolor de estómago, sólo ansiaba, según nos dijo, llegar a su humilde casita rectoral.
Venía de hacer ejercicios espirituales y en su retiro comenzó a sentir los efectos de cruel enfermedad, que vivamente deseamos haya tenido total curación.
Como nos acompañaba el ilustrado facultativo, señor Samaniego, presuroso se ofreció a prestar al venerable sacerdote los auxilios de la ciencia , que este rehusó, aun cuando agradeciendo el ofrecimiento.
El convoy conducía a veintiséis zamoranitos, entusiastas de la fiesta nacional, tres de ellos, Paco Casas, Pepe Herman y Joaquín Hernández, venían en representación de la Cruz Roja.

A la ciudad.

Llegamos cómodamente en el coche del café París, que con toda oportunidad fue dispuesto a este fin, por el amigo Higuera.

Cenar, y al teatro.

Trocamos la indumentaria del viaje por el trajecillo de paseo, y después de haber cenado opíparamente suculentos manjares con que nos obsequió la bondadosa señora del amigo Julio, encaminamos nuestros pasos hacia el bonito coliseo de Carlos Latorre, donde la notable compañía del señor Cornadó interpretó magistralmente la celebrada opereta El señor conde de Luxemburgo.
Don Narciso aplaudía; Paco tributaba sus elogios a la labor artística de los actores, y yo...contemplaba extasiado a las angelicales niñas que en plateas y butacas hacían verdadero alarde de la hermosura de las hijas de este bendito pueblo que el Duero baña.

Los festejos de hoy.

Dicen que el día amaneció espléndido; no lo sé; pero es lo cierto que cuando mi rendido cuerpecito disfrutaba de un delicioso sueño en la elegante morada de el entrañable amigo de la infancia, el culto letrado Pepe González Calvo, a quien reciente desgracia que hoy llora le obliga a guardar riguroso luto, alterado solo para honrarme ofreciéndome con sus cariñosos familiares su casa, patente manifestación de nuestro afecto; cuando más tranquilo, digo, reposaba, la alegre retreta de la sección de la Cruz Roja obligó al anciano Puyitas a abandonar el lecho y salir en busca de sus don Narciso y El cojo, a quienes logró hallar conversando con las saladísimas muchachas toresanas (y alguna forastera) que a esas horas (siete de la mañana) discurren por el animado corro de la fruta, sin duda para dar animación a uno de los cuadros más pintorescos y alegres que en mi vida contemplé.
Un inmenso gentío pasea por los jardines de la Plaza Mayor, y en los cafés París y Español era extraordinaria la afluencia de forasteros que se disponían a almorzar fuerte, para que con sus estómagos bien repletos de sustanciosos manjares poder hacerse la faena de asistir a a todos los festejos.
Entre los muchos amigos que tuve el gusto de saludar, se encontraba el ilustrado médico de Villalonso, don Herminio Pinilla; su hermano político don DalmacioTiedra, y al opulento capitalista de San Pedro de la Tarce, don Agustín Represa.

La misa de campaña.

En un altar artísticamente dispuesto en el bonito templete del hermoso Campo de San Francisco, se celebró el Santo Sacrificio de la Misa, oficiando el virtuoso capellán de la ambulancia de la Cruz Roja, don Pablo Morales.
Desde la Casa Consistorial, la Corporación municipal, Comisiones de la Cruz Roja, Juzgado, Zona, P.P. Escolapios, Colegio de Abogados, Procuradores y Prensa local precedidas de la banda municipal y el personal de toda la sección, se dirigieron al Campo de San Francisco.
La ambulancia con su presidente y todo el personal, salió de la casa del primero, para incorporarse en la Plaza a las demás Comisiones.
En el solemne acto, tuvo lugar la bendición de la bandera, y al terminar, el cultísimo presidente de la Sección de la Cruz Roja, ilustrado médico, don Francisco Hernández, pronunció elocuente arenga, dando las gracias a cuantas personas y Corporaciones han contribuido a que esta benéfica institución pueda prestar sus humanitarios servicios en Toro.
Muchísimas felicitaciones recibió el señor Hernández, por haber logrado dar cima a esta obra verdaderamente colosal; a ellas una la nuestra muy sincera, pues solo los talentos y prodigiosa actividad del amigo Paco, puede haber logrado resolver problema tan difícil, como indudablemente lo es, el de dotar de material sanitario tan costoso a la Sección de Toro, donde por causas de todos conocidas la escasez de medios es obstáculo insuperable para llevar a la practica determinados proyectos.
El pueblo toresano que quiere cual se merece a su competente médico señor Hernández, sabrá agradecerle este nuevo servicio que le presta.

Dos horas de descanso.

Al terminar la fiesta religiosa y hasta los comienzos de la corrida, que ya revistará El cojo sin muleta, pudimos descansar y encaminando nuestros pasos a la fonda del popular Lesmes hacerle los honores a los exquisitos y abundantes manjares que formaban el menú del banquete con que fuimos obsequiados por el compañero Higuera.
Decir que durante el almuerzo reinó la alegría y conversamos sobre las cosas del oficio, es inútil: cortamos y rajamos de lo lindo y la tijera de la crítica funcionó a placer.

El paseo.

Cuando terminada la corrida, nos dirigimos a la Plaza Mayor, apenas si por ella se podía transitar; tal era el número de forasteros que bien comprando baratijas, juguetes o recuerdos para la contraria, o ya jugándose unas pesetillas en la tómbola, mataban las horas, en espera de la del teatro y tuvimos que abandonar el animado paseo para aceptar el refresco con que nos brindó el estimado compañero don Apolinar Labajo, quien apenado por la enfermedad, afortunadamente pasajera, que retiene en Madrid a su señor hijo, el distinguido letrado don Jesús, nos hizo protestas de sus cariños por el Heraldo de Zamora, lamentando que por las razones expuestas, se viera privado de acompañarnos.
Agradeciendo en lo que valía esta atención del director de Nueva Lucha, de él nos despedimos haciendo votos por el pronto y total restablecimiento del joven redactor jefe del independiente semanario toresano.

En el Teatro.

Cuando llegamos al bonito coliseo del Campo de San Francisco, el aspecto que presentaba la sala, era deslumbrador; el de las noches de solemnidades artísticas y orgullo de las Empresas.
Todas las localidades se hallaban ocupadas por un selecto público, y especialmente en plateas y butacas, parecía que se habían dado cita las mas hermosas y gentiles mujeres de la tierra zamorana.
Bien quisiera el periodista llevar a las columnas del Heraldo de Zamora los nombres de las bellas y encantadoras señoritas a quienes admiró, pero no le es posible; que dispensen la omisión; pero si recuerda, entre otras, a las distinguidas y hermosas Socorro y Leocadia Delgado, Ramona Esteban Pinilla, Gregoria Calvo, Carmina Torres, María y Mercedes Diaz, Carmen Ramos, Isabelita Petit, Ana María Rico y señoritas de Samaniego.
La compañía de Cornadó interpretó primorosamente La Princesa del Dollars, consiguiendo uno de sus mas envidiables triunfos escénicos. Hubo aplausos a granel y llamadas a escena, para las señoritas Dannier y Paricio y lose señores Cornadó (L.P.) y Fargas.

En los casinos.

Terminada la función del teatro, la juventud se trasladó a los elegantes casinos de la Plaza Mayor, donde, según se me dice, se celebraron brillantes bailes, pero como se imponía el descanso, hice mi retirada por el foro: no me quedaban fuerzas mas que para decir muy alto ¡gracias, a todos, mis queridos toresanos!. Hasta el año venidero.

J. Puyitas
3-9-911

Heraldo de Zamora 05/09/1911

No hay comentarios:

Publicar un comentario